Por M.Bocannera
En algún lugar del Petén, cerca de
la frontera con México, en medio de la selva tropical húmeda,
a unos cuantos metros de un río
infestado de cocodrilos, yacía un
caserón destartalado que según dicen, había servido de refugio de chicleros, mineros, contrabandistas, terroristas y guerrilleros. Más recientemente era un contagiadero de sífilis, gonorrea,
chancros y otras enfermedades
sexuales, frecuentado por narcos de poca monta, quienes entre los réptiles, el
paludismo, el calor y la
humedad asfixiante de la selva recurrían a los alientos de unas cuantas
mozas para drenar el líquido seminal que
yacía en sus pelotas. Nadie sabía de
donde habían venido, pero todos los que usaban la ruta para sus oscuros
delitos sabían que ahí estaban las mozas dispuestas al placer. Los más
recataditos, porque tenían vieja, no
tenían pisto, o porque andaban una cruz entre el culo, por lo menos se detenían
a zamparse un trago o una cerveza.
No eran muchas según me dijeron, normalmente eran entre cuatro
y seis chavalas las que se
ganaban la vida en el riesgoso oficio de
la prostitución. Lo que era cierto es que iban y venían, porque en este
oficio como me dijo una vez una
bumangesa en San José, nadie
aguanta mucho. Pero entre las
chavalas había una que permanecía, y que además era la más buscada por los
narquillos que caían por ahí. Ninguna de las otras putas sabía por qué.
La
chavala tiraba a fea, y era poco aseada,
no se maquillaba, y en ocasiones ni
siquiera se cambiaba la ropa. Además era
coja, le hacía falta el pie derecho, a
la altura de donde debía tener el tobillo tenía un muñón que siempre
andaba cubierto. Lo que sí, es que religiosamente cada
mañana, a veces en su habitación, otras
bajo el sol, o alguna ceiba
que le daba sombra, ponía un
mantel sobre el suelo blanco de la zona, se sentaba, y hacía ejercicios de gimnasia para mantener la flexibilidad.
Las otras chavalas asumían que era a causa de su lesión y todas,
se preguntaban por qué era tan gustada
por los clientes. Bonita no era, sexi
tampoco, menos joven, y todas además, tenían muy claro, que sus clientes, después de las jornadas
en la selva, transportando las
pacas de mota, coca, los sacos de
billetes, o los cargamentos
de municiones de ak´s,
primero buscaban el refugio
maternal, un poco de cariño, algo de amor, y luego lo demás.
– ¿Qué era lo que la hacía tan especial?
Cuando les preguntaban, ninguno
decía nada, más bien se enojaban si les
insistían. Si bien la mayoría
eran narquillos, respondían a su oficio,
y el revolver en el cincho nunca
se lo quitaban, incluso cuando estaban en la folladera lo tenían al alcance de la mano, así que mejor no insistirles mucho, porque esas alimañas a cualquiera le dejaban
ir un par de tiros, uno para que le duela, y el otro para que se acuerde.
Conforme pasaba el tiempo, aumentaba el misterio del por qué todos los clientes siempre querían con ella. La
situación iba de mal en peor, al punto
de que llegó un día que solo los
primerizos querían con las otras, todos
los que ya habían estado con la coja,
querían con ella, y no les
importaba esperarse.
Eso hasta que otra puta vieja se dijo una mañana, de una vez por todas voy
a averiguar que es lo qué hace esa rana fea, porque así nos vamos a morir de
hambre. Las otras la respaldaron. Un viernes
temprano, mientras la coja hacia
gimnasia bajo una ceiba, la puta
vieja, con la ayuda de una gubia y
un martillo, abrió una hendija entre las
tablas de madera que componían una de las paredes de la habitación de la
coja. El agujero tenía el tamaño justo
para pasar desapercibido pero permitía echar un ojo a la cama, en el
interior.
Ahí se sentó a mirar, y otras a su
alrededor, esperaban que les dijera qué era lo que sucedía. En el
interior de la habitación, los rigores
fueron los mismos de cualquier situación similar. Entrar, tomarse un par
de tragos para agarrar valor y los
silencios obligados. Luego la coja le preguntó al cliente, ¿normal o el
especial? Y el hombre, sin mirarla,
avergonzado se quedó callado. Fue la
coja la que respondió a su pregunta, el especial. Después pagar, quitarse la
ropa, poner el revolver sobre una cómoda, para tenerlo siempre a mano. Ella la
coja, sentada sobre la cama se quitó
el pedazo de media vieja que le
cubría el muñón de la pierna. Después
continuar, unos besos
cavernosos, las mamadas
infecciosas, y el tipo sobre la tipa, con los esperpénticos espasmos. La coja
abierta de horquetas, afanada trabajando, ofrecía un triste espectáculo, en el
cual lo único particular, era el muñón, como un tentáculo, posado sobre las nalgas del cliente. La habitación era un
vaho caliente, y apestoso, pero
la vieja puta, seguía mirando a través
del agujero, y las otras alrededor, esperando. Entonces fue cuando la coja hizo un movimiento extraño,
sacó la cadera bajo del hombre, estiró la pierna y
colocó el tentáculo sobre las nalgas del cliente.
Luego, de súbito, pero despacio, con cuidado, se podría decir que con amor, lo
comenzó a ensartar entre las carnes del
fulano. La vieja
puta, que observaba, por poco se cae
de la sorpresa cuando vio aquella
escena, hizo unas
señas a las putas que esperaban por noticias, y todas pelaron los ojos, asustadas. Aunque alguna, diría después, ya lo sospechaba. Y el
hombre no duró mucho, digamos
dos o tres minutos, con aquello entre el
culo, hasta que reventó, y quedó tendido sobre ella, sin hacer nada, mancito mancito,
esperando que ella completara la operación y le sacara todo aquello del
trasero, sin causarle dolor.
Cuando terminó el acto, el narquillo, que no podía ni hablar, le dio un
billete para que la coja guardara el
secreto. Luego se vistió despacio, y
salió de la habitación. Las que lo
vieron a travesar el salón del lupanar dijeron que era otro, en su gesto algo
había cambiado, se le veía más feliz, más relajado.
La verdad es que ninguna puta le dijo nada a la coja, pero
en materia de clientes, aceptaron que estaban jodidas, lo que lo que la coja ofrecía, no tenía
comparación.
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Bocannera dixit: Este cuento me lo contó alguien en el D.F, y según me dijo, figura en una colección de relatos sobre cuerpos mutilados. El asunto es que yo no he leído el cuento original, así que esta narración es la narración de la narración, la persona que me lo contó tampoco lo había leído, si no que a ella se lo contó, la supuesta amante del autor. Así que entre lo que ella me contó, lo que le contaron a ella, y yo trato de contarles a ustedes, algo habrá algo de ficción.